Los murmullos
Me siento mal.
Hay gente que diría un fracaso, pero es distinto. Un fracasado es alguien que intenta algo y falla estrepitosamente. No es mi caso, ya no.
Son las seis y media de la mañana, llevo despierto un rato ya. Llueve a cántaros fuera y el perro me mira confuso. Mientras espero que escampe, aunque sea un poco, escribo esto. Ahora cae más fuerte. Tengo un rato.
Supongo que me veo en la necesidad de escribirlo porque ayer lloré. No mucho. Me preocupa, no soy de llorar. Como decía antes, no soy un fracasado. Lo he sido ya. Soy lo que queda de uno. La lista de incongruencias por las que me miento que merece la pena levantarse es abrumadora.
Soy un escritor que no termina de saber escribir. Soy decente, me dejo leer. A veces me publican en cosas sin importancia, incluso saco algo más que aceptable. La realidad es que llevo ocho años intentando seriamente sacar algo de esto más allá de decepciones. Ninguna editorial me quiere. Sigo sin superarme por más que un margen pequeño. Y cada vez es más pequeño. Estoy estancado, trabajando en proyectos que sé que no llegarán a nada, fingiendo emocionarme para ver si la mascarada lleva a algo real. Muy de vez en cuando consigo engañarme, aunque cada vez es más complicado.
En el gimnasio no va mucho mejor. Sacarme el cinturón amarillo me motivó pero el muro de ladrillos se me avecina como un tsunami. Me sacaré el naranja. Quizás incluso el verde. Hasta ahí. Es la misma historia: mejoro hasta que dejo de hacerlo. No es falta de esfuerzo, más bien mis capacidades llegan hasta un punto concreto. Uno bajo. No es en especial con esto sino con todo.
A todo el mundo se le da bien algo. No es mi caso. No hay nada que me resulte fácil, no lo ha habido nunca. Todo a base de esfuerzo, de sufrir, de llegar al filo. Empiezo mil cosas nuevas con la esperanza de ser bueno en alguna. Continuó cosas solo con el anhelo de que empiecen a salirme bien. No ocurre.
No tengo trabajo. No consigo nada que no sea teleoperador, y ni eso puedo aguantar. No me quieren ni de camarero. No puedo juzgarles. Tengo un grado superior que me avala para realizar unas tareas que nadie me da la oportunidad de hacer. Cuando alguien me ha dado la más pequeña oportunidad la he arruinado. Simplemente lo he hecho mal.
Mis amigos tienen trabajo. Trabajos buenos, que les entretienen, que les dan mucho dinero. Yo sufro y pierdo todo el día en autobuses anodinos y trabajos lobotomizantes por el sueldo mínimo. Tengo una casa que mantener y un perro. Más responsabilidades que nadie, menos ingresos que nadie. Lo peor no es eso, si no la densa bruma negra que enturbia el camino por delante.
No hay opción. No hay mejora. Esto no cambia. Mi existencia se reduce a sufrir y sobrevivir. Toda esta pantomima de vida adulta, todo intentando replicar el status quo de la generación anterior con la esperanza de que todo salga. No sale, por supuesto. Vivo de limosnas. Soy secundario en mi propia vida.
Lo peor es no poder hablarlo con nadie. Tratan de animarme, de decirme X o hacer Y. La realidad es que, el que está en mi cabeza soy yo. La realidad es que nadie puede refutar nada de lo que digo. Solo vagas asunciones a futuros inciertos, el clásico «pues yo más», pero poco más.
Ayer, cuando bajé del bus camino a mi casa pensé en suicidarme. No fue un pensamiento fugaz, violento o desesperado. Tenía el disfraz de decisión lógica. Una calma me rodeó como nunca antes. Jamás había sentido eso. Es como ser arrastrado por una corriente fría. Gris. Te dejas ir. Día a día se me agotan las excusas para no hacerlo. Me mantiene el no hacer daño a gente que ya se ha acostumbrado a mi presencia y que tendrían que pasar el luto social. Mis padres y Margarita, seguramente las únicas personas a las que les importo lo suficiente como para que fuesen a sufrir de verdad. Y el perro, supongo. Tiene gracia, dicho así.
No sé cuánto más aguantar. La vida se me escapa como una cuerda aceitada. Ayer la muerte me produjo una paz absoluta. Ganará, si algo no cambia. No tiene pinta de que vaya a ocurrir. Bien podría dejarme ir, imagino.
Dejarme ir.
Me gusta como suena.
Son las siete y dos minutos de la mañana. Sigue lloviendo a cántaros. En un rato amanecerá.
No puedo con otro amanecer más, naranja y rojo.
No
Puedo.
Más.
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