Es roja y grande, gorda y gomosa. Tiene ojos de bronce y antenas de rastrillo, patas de aguja y alas de pergamino. Es una polilla, vieja y muerta, que revolotea por el cuarto. No la veo mas cuando se acerca, pero siempre hace ruido. Mueve sillas, golpea paredes, rompe cerámicas. Y aletea, pesada y zumbona. Golpea y bate, se mueve y busca. A veces, bebe. Las menos veces. Cuando duermo. Cuando no miro. Cuando me muero. Luego, despierto; menos yo. Menos ser y más vacío. Y la veo entonces durante un instante, antes de que se deshaga en polvo negro y desaparezca de nuevo. Aleteando, constante. Rompiéndolo todo, sin parar. Y bebido, las menos veces, robando un año tras otro, hasta que mi calendario quede seco y mustio como sus alas. Quizás las cosa a ellas y así las mantenga enteras. Mi vida por la suya. No me parece justo, pero que más da.